La simulación y la exageración en el deporte genera y alimenta una brecha antiquísima entre quienes lo practican y lo observan. Aquella que separa a los que defienden que uno debe ganar sea cual fuere el medio, y los que anteponen el honor y el espíritu intrínseco de esas actividades por encima del resultado final.

El fútbol no es excepción. ¿Cuántas veces hemos visto jugadores que ensayan piscinazos? ¿Y los que aducen una gran dolencia ante el contacto más ínfimo, o incluso inexistente? Ni que hablar de aquellos que provocan verbal o físicamente al adversario, buscando que su respuesta derive en una grave sanción por parte de un inadvertido colegiado.

Pero lo que sucedió este último fin de semana en Guatemala supone un límite cruzado. En la victoria por 3-1 de Deportivo San Lorenzo sobre Batanecos, por la quinta fecha del Grupo 3 del Clausura 2021 de la Tercera División, un futbolista hizo creer al árbitro y sus asistentes que había sido agredido por la afición.

Si, lo que leyó. Durante un parate del encuentro para atender a un futbolista en el suelo, a escasos metros del lateral, un objeto fue lanzado al campo de juego (presumiblemente uno contundente, como una piedra o escombro). Si bien no alcanzó a nadie, salvo el propio césped, Rosbin Ramos (atleta de la visita) tomó aquel proyectil; lo arrojó suavemente contra su cabeza y se lanzó al piso cubriéndose la cara.

Esta farsa no fue detectada en primera instancia por los jueces (aunque si por los fanáticos del elenco local, quienes lo insultaron por semejante numerito), aunque todo este accionar quedó registrado en video, el cual podría servir como prueba angular en un eventual castigo de suma severidad.